Pauvre amour, tiens bon la barre
Le temps va passer par là
Et le temps est un barbare
Dans le genre d’Attila
Aux coeurs où son cheval passe
L’amour ne repousse pas (…)
Georges Brassens
La inminencia del fin de año me ha devuelto a una vieja obsesión: nunca dejarán de fascinarme las incontables formas en que percibimos el tiempo. Aunque lo medimos en ciclos naturales y cuadritos del calendario, nuestros referentes más personales suelen ser vivencias, lugares o amoríos. Con frecuencia mis amistades y yo coincidimos en tres impresiones distintas y contradictorias que, sospecho, responden al sistema de producción que nos dirige y a algunas condiciones psíquicas y materiales de nuestra existencia.
Primero que todo, estamos de acuerdo en que, como dice la canción, cada año es más corto que el anterior. Lo cual quizás tiene una explicación si pensamos en términos de proporción: un año representa un pedazo sustancial en la vida de una niña pequeña mientras que para un anciano puede ser sólo una velita más en su pastel de cumpleaños. Sin embargo, también creemos que un solo día de ocupaciones nos resulta eterno y se anuncia como una montaña difícil de escalar. ¿Será que no disfrutamos nuestros oficios? Es posible pero difícil de creer (la mayoría se dedican a estudiar o ejercer un arte o una ciencia que aseguran amar tal como el cine, la filosofía y la escritura creativa). Intuimos que tiene que ver con la manera de organizar el tiempo en las sociedades productivas y que esta percepción de intensidad es semejante y análoga tanto para una pintora como para un asesor de banco. Nuestra tercera impresión tiene que ver con los lapsos cortos de tiempo: las semanas y los meses parecen años cuando acaban de pasar y tratamos de recordarlos. Es como si una densa niebla dilatara la percepción del tiempo vivido recientemente y ejerciera el efecto inverso con los años y los lustros. “Lo mismo pasa si miras un cuadro de cerca y luego de lejos… Los detalles que antes te abrumaban ahora te resultan imperceptibles o apenas notables”, me dice una amiga pintora.
De una manera un poco esquemática, considero que estas ideas al respecto del tiempo están enmarcadas en dos variables: 1) El tiempo arbitrario e incontestable de los relojes y los calendarios. Galas 2) El tiempo íntimo y personal que obedece a nuestras emociones y al influjo del espacio sobre nuestros cuerpos. Del cruce entre ambas circunstancias vienen las múltiples maneras de concebir la temporalidad.
Hoy día, por ejemplo, metemos nuestros minutos en pequeñas cajas: los ordenamos, los empacamos, los etiquetamos y tratamos de encajarlos en el rompecabezas de nuestra jornada. Así mecanizamos los días, pasamos de una experiencia a la siguiente como si fueran productos fabricados en cadena, paquetes en un almacén operado por empleados de Amazon. Navegamos el tiempo como un espacio de consumo e hiper productividad. Casi nunca logramos satisfacer las expectativas. Otras veces, no obstante, tenemos una percepción más amplia del tiempo: lo entendemos en largos períodos que denominamos como ciclos, momentos que determinan ciertas etapas de nuestra vida y asociamos a experiencias emocionales significativas.
Las reflexiones sobre la percepción temporal en la literatura son innumerables. A menudo se cristalizan en símbolos y analogías. En La Cartuja de Parma, por ejemplo, el paso del tiempo está vinculado a los frondosos naranjos y la vida de Fabricio Del Dongo, el protagonista, es paralela al decurso de un naranjo que crece en los alrededores del castillo y cerca del cual ocurren momentos culminantes de la novela. En Nueva Refutación del tiempo Jorge Luis Borges lleva ad absurdum una hipótesis filosófica según la cual el tiempo no existe o más bien sólo existe en la mente humana que es capaz de percibirlo y comprender algunos parámetros de su funcionamiento, pero está dotado de una condición indivisible ante la cual el vértigo de la incertidumbre y las limitaciones del razonamiento nos llevan a trazar líneas rectas e idear diagramas para domesticarlo, o para creer que lo hacemos.
Ojalá que la desordenada exposición de las anteriores ideas y la súbita irrupción de los ejemplos sirva de excusa para engendrar nuevos encuentros entre la imaginación y la temporalidad en la mente de los lectores. Feliz año.