Sería difícil dirigir este texto a Andrés Manuel López Obrador, actual Presidente de México, porque siento que atentaría contra su humildad y modestia, así que será solo una especie de reflexión.
En 2006, alguien de “cuyo nombre no quiero acordarme”, pero tendré que hacerlo para darle un poco de rigor a este escrito, Enrique Krauze, llamó Mesías Tropical a López Obrador; un apodo dicho, evidentemente, con el afán de insultar, denostar, burlarse y descalificar. La historia de Krauze ha demostrado que esa ha sido su constante, en cuanto a AMLO se refiere, a lo largo de estos casi seis años de mandato del Presidente. Él (Krauze), como “historiador”, sabe que esta Ciencia Social se lo reclamará tarde o temprano. Él sabe que su impronta como prófugo de privilegios y hasta de desfalcos (Operación Berlín) quedará en la memoria de los mexicanos. De todos aquellos que valoramos a Obrador, a la 4T, y que ahora apoyaremos a Claudia.
Pero en fin, mi idea es confirmar que, a pesar de la capa de odio y denostación que cubrió la frase, no estaba tan alejada de establecer un paralelismo posible, entre El Mesías de Medio Oriente, -que si no cambió el rumbo del mundo, sí dejó una doctrina que se basa en una sencilla frase: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”- y nuestro Mesías Tropical. Jesús el Nazareno, según algunas pocas menciones de Flabio Josefo (ese sí un verdadero historiador) y varias pequeñas biografías contadas por los Evangelistas Mateo, Marcos, Juan y Lucas, en El Nuevo Testamento, que en gran parte coinciden en el relato de los acontecimientos, los cuatro dan testimonio de que este Hombre sí llevó a la acción todo aquello que predicó.
Recordemos El Caballo de Troya, libro de J.J Benítez, publicado en 1984 por Penguin Random House; lo más apasionante de la novela, en mi opinión, es imaginar la fascinación de poder viajar en el tiempo y en el tiempo del hombre que fue crucificado, no por salvarnos de algo, porque en realidad no nos salvó de la perversión humana, sino más bien por ser un revolucionario y defensor del más necesitado.
La biografía de Obrador cumple cabalmente con la doctrina de la cual es admirador. Empezó a predicar teniendo a poca gente escuchándolo, defendió los derechos de los más necesitados, caminó por terracería, no hubo dinero que lo comprara, defendió su honestidad, aglutinó cada vez a más y más personas y conquistó el poder en la Ciudad de México sin corromperse. El desafuero no se logró por el amor que ya le tenía la gente, denunció y luchó contra el fraude del 2006, nos convocó a millones a plantarnos en Reforma, siguió predicando, y siguió caminando los caminos de su México. Recorrió las calles de esta ciudad, a su paso todos queríamos tocarlo y que él nos tocara, tener una foto con él, o una firma en un cartel, no descansó ni un segundo llevando la palabra, quizá no de Dios, pero llevando la palabra de LA JUSTICIA SOCIAL, y no claudicó nunca en su afán de darle la mano al de atrás para que se emparejara.
En el 2018, El Mesías Tropical se había salvado de la crucifixión. Los tiempos son otros, pero los poderosos siguen siendo los mismos. Sin embargo, también gracias a él, los mexicanos nos convertimos en seres capaces de defender con las garras lo que por siglos nos correspondía: JUSTICIA SOCIAL Y BIENESTAR. Y este “palurdo” de Macuspana logró lo que el hombre sencillo y humilde de Nazaret quizá no pudo.
Hoy, a pesar de los pesares, me siento privilegiada de no haber tenido que viajar ni en tiempo virtual ni en tiempo real hacia Medio Oriente, como el protagonista de la novela de Benítez, yo solamente tuve que salir un día soleado a las calles de mi colonia y ver a este hombre al que se le arremolinaba la gente para tocarlo, sentir su energía, conmoverse con su discurso; y en mi caso, después de esta experiencia tan real, tan mística, tan extraordinaria, irme a mi casa llena de esperanza.
Y en el 2018, llegó. Lo acompañamos en un Zócalo que oscurecía en la medida en que él nos dirigía sus palabras, como tantas veces; sí, en un Zócalo que oscurecía. pero en un México que amanecía.
Creo que al final de cuentas debo disculparme con Krauze… Ese pobre hombrecillo tenía razón, a los mexicanos nos llegó nuestro Mesías Tropical que no dijo “ama a tu prójimo como a ti mismo”, pero que enunció su doctrina de esta manera: “Por el bien de todos… primero los pobres”
Al Mesías de Medio Oriente, Jesús de Nazaret, lo crucificaron, lo negaron, lo vendieron, no logró que su pensamiento dominara a las futuras generaciones, su doctrina quedó encerrada en paredes tan insultantemente lujosas, como las del Vaticano, que atesoran de todo, menos espiritualidad, generosidad, amor al prójimo, y mucho menos la vulnerabilidad de los humildes por las que luchó el hombre al que siguen exhibiendo en una cruz, no como símbolo de sacrificio, sino como símbolo del triunfo de la oligarquía sobre un rebelde revolucionario y como símbolo de chantaje, de miedo y de dominio de las almas y de las conciencias.
Quizá a lo largo de más de dos mil años muchas personas se han sentido confortadas por las palabras de Jesús, y muchas otras habrán descubierto en dónde está el valor de la libertad, de la humildad y de la necesidad imperiosa de la fraternidad.
Y de la misma manera, a lo largo de casi seis años, las convicciones inamovibles de Obrador, muy similares a las del otro Mesías, han penetrado en los corazones de millones de mexicanos. Sus acciones han dado como resultado innumerables logros materiales que han beneficiado a ricos y pobres, pero, sobre todo, con un empeño más allá de lo humano, nos regaló la confianza en nosotros mismos y la certeza de que “un México mejor sí es posible”.
Lic. Andrés Manuel López Obrador:
Sé que usted no admitiría que se le hiciera una comparación con Jesús el Cristo, pero su era, que para nosotros los mexicanos será la era de Antes y Después de Obrador, será el símbolo vivo de que las utopías se alcanzan y de que ir más allá de ellas, es el verdadero sentido de la vida.
Lo abrazo siempre.