La tenacidad de Andrés Manuel López Obrador, su fuerza de trabajo, su constancia y determinación habrán inspirado a más de un mexicano, a políticos y a no políticos, pero lo interesante es distinguir por qué unos proyectos prosperan y otros no. Por qué la necedad, la no sumisión, el buscar su propio camino funcionó en el hoy presidente y por qué podemos anticipar, apostando cualquier cosa, que la necedad de Marcelo Ebrard, por ejemplo, no funcionará.
No aspiro a comprender en su totalidad el fenómeno sorpresivo de Ebrard, por ejemplo, los cálculos políticos de este personaje; simplemente me pregunto en qué se diferencian materialmente, cuál es el contraste real entre la famosa necedad del tabasqueño y lo que también puede llamarse la necedad de Ebrard?
Yo creo, quizás sea obvio, que la necedad de López Obrador se sostiene en el abismo que nos separa de los conservadores, el abismo entre dos proyectos distintos y contrapuestos de nación. A eso se le llama principios e ideales, pero a mí me gusta pensar los ideales como una grieta, puesto que tener ideales y convicciones es fácil, lo difícil es sostenerse en ellos. Y si es difícil, si es tan raro, es porque lo que llamamos ideales abre necesariamente un hueco irremediable frente a quienes, por lo demás, son nuestros semejantes: los conservadores.
Me inclino a pensar que Andrés, a diferencia de otros políticos, es necio sobre ese punto muy particular; de hecho no se requiere ser muy astuto, lo dice todas las mañanas, se sostiene en ese abismo, en el no somos iguales. Y Ebrard se hunde al negarlo. Tampoco es esto nada nuevo, que Ebrard se hunda al negar el abismo entre ideologías es otra manera de decir que el pueblo no admite zigzagueos; sin embargo, me parece interesante verlo como un abismo, puesto que indica la veloz desaparición del excanciller. En pocos días parece haber sido engullido por una fuerza extraña; la velocidad de su desaparición y en qué agujero se cayó indican ciertas propiedades de la política; propiedades raras, tales como las de los hoyos negros.
Normalmente se llaman principios o ideales, pero yo supongo que Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal, que también desapareció del corazón del pueblo como en un abismo comparable con un hoyo negro, también han tenido ideales. Supongo que ambos personajes —dos buenos ejemplos de esto— se han identificado de manera profunda con los ideales de la 4T. Por irónico que parezca, es fácil imaginarlos en algún momento, tras una junta con el presidente, salir de Palacio Nacional convencidos de hacer historia bajo los preceptos más consecuentes de la izquierda. Lo que sucede es que esos ideales carecen de la letra que escribe la grieta entre un pensamiento (el conservador) y otro (el izquierdista); la idea de Marcelo Ebrard y de Ricardo Monreal es crear puentes, pero los puentes, entre más sólidos y mejor construidos, más rápido los engullen. Mientras más unidad construyen, más rápido desaparecen. Ellos creen que saltar de una estrategia a otra es un lujo que les puede dar su gran experiencia en la política, pero no parecen orientarse bien dentro de estas coordenadas extrañas de la geometría política no euclidiana; no parecen conscientes de esos brincos políticos aún no estudiados por la física cuántica, que, por otra parte, la intuición delimita perfectamente como una dimensión muy particular: el bien formalizado y admitido basurero de la historia.