En una ceremonia a la que asistieron importantes cuadros del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el jueves 7 de septiembre Andrés Manuel López Obrador le entregó a Claudia Sheinbaum un bastón de mando. Con ello se buscaba simbolizar un momento inédito en la jóven historia del movimiento de transformación: por primera vez su conducción dependerá de un persona que no es el hoy presidente de México.
Como era de esperarse, el ritual, que ahora se incorpora a la liturgia obradorista, fue recibido con incredulidad por opositores y escépticos. Hubo quienes incluso señalaron que se trataba de una indebída apropiación cultural de tradiciones de nuestos pueblos originarios, ajenas al resto de la sociedad.
En las primeras décadas del siglo XX, el sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss solía divertirse señalando que los verdaderos salvajes éramos los modernos. Así, buscaba enfatizar que muchos rasgos y elementos que durante mucho tiempo dieron sentido colectivo a las prácticas humanas, en la sociedad moderna habían sido liquidadas en el altar de un supuesto racionalismo. Los modernos eran los salvajes por olvidar que el cemento que mantiene unidas a las comunidades está hecho de rituales y símbolos, excedentes de sentido y de gasto, en el que las prácticas siempre se proyectan duplicadas entre lo que son y lo que significan para una comunidad.
Y entre todos estos ritos, la entrega del bastón de mando es uno de los más recurrentes. Este ritual permite escenificar un acto de transmisión que asegura la continuidad de la comunidad y también metaboliza el cambio. Lo viejo y lo nuevo coinciden, así, en un mismo plano que no es otro que la comunidad siendo testigo de la investidura de un nuevo liderazgo.
Y es que antes de obediencia debida, el bastón de mando representa la responsabilidad que adquiere quien conduce. En el rito de transmisión el que queda comprometido es quien ostenta el bastón, pues apartir de ese momento tendrá que responder frente a la comunidad por las consecuencias colectivas que se desprendan de las decisiones propias de su función.
Decía un sabio que un buen dirigente tiene que estar sólo medio paso adelante de sus dirigidos. Un paso más o un paso menos haría imposible cumplir su función. Conducir es, entonces, señalarle a la comunidad un camino a transitar juntos, convencerla de que es el más adecuado, articular fuerzas y plantear una estrategia para su despliegue. Quienes confunden liderazgo con subordinación han olvidado que siempre que hay grupo, hay conducción, pues estar en comunidad es compartir un destino colectivo, y esto demanda tomar decisiones. Optar por un camino y no por otro es arrojarse a la contingencia propia de la acción política, pero la indesición es la vía más rápida al fracaso colectivo.
El resultado de la encuesta del partido le otorgó a Claudia Sheinbaum esta resposabilidad y la entrega del bastón fue una poderosa imagen hacia adentro y hacia afuera. En un contexto de parálisis política global, el movimiento obradorista sigue destacándose por su constante innovación y por la forma en que genera sentido de pertenencia.