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Desclasar al arte. Algunas ideas para la 4T.

En esa cruzada cultural participaron los artistas jóvenes del país. No pocos entre ellos dejaron testimonio de cómo la experiencia de enseñar los sacó de sus torres de marfil y a ellos mismos los reeducó.

desclasar el arte

No hay una transformación política que permanezca si no va acompañada de las artes.
Las artes son el gran laboratorio de los símbolos de una cultura. Ahí los símbolos del pasado se transforman en los símbolos del futuro. Ahí lo recordado se convierte en lo soñado.

Ahí se les da a los sentimientos colectivos formas sensibles para que se comuniquen y se propaguen y para que permanezcan como fuente de identidad e inspiración.

No tenemos que voltear hacia el extranjero para encontrar el modelo óptimo de una revolución cultural mexicana del siglo 21. Contamos con él en nuestra historia reciente.

La Revolución mexicana de inicios del siglo pasado contó con un formidable ideólogo de las artes: José Vasconcelos. A él le debemos la cruzada de las artes que nos dio una patria con una identidad propia —y a él debemos acudir para rescatar creencias que tan bien sirvieron a México.

Vasconcelos creía que deberíamos saber mezclar lo mejor de los símbolos del México prehispánico con los símbolos del mundo occidental. Tendríamos que ser mestizos en las artes porque lo éramos en la vida. Y el método para la mezcla deberían ser las mejores técnicas artísticas disponibles.

Para ello, Vasconcelos puso énfasis en la educación artística a dos niveles: el del aprendizaje elemental y el del arte profesional.

Se fundaron escuelas de artes en cada rincón de México para que los niños y los adultos aprendieran a tocar guitarra o flauta, a pintar o a bailar, a leer y a escribir poesía y relatos.

En esa cruzada cultural participaron los artistas jóvenes del país. No pocos entre ellos dejaron testimonio de cómo la experiencia de enseñar los sacó de sus torres de marfil y a ellos mismos los reeducó. Les dio país. Les dio tribu. Les dio naturaleza autóctona.

Octavio Paz se volvió un poeta mexicano cruzando el país para educar a otros mexicanos.

También bajo la guía de Vasconcelos se fundaron escuelas de arte profesional, donde sin pudor se formaron los aristócratas del arte. Aristócrata entendido como sinónimo de excelente, de virtuoso.

Las creaciones de aquellos artistas postrrevolucionarios siguen siendo hoy más de la mitad de las obras de arte mexicanas que han trascendido nuestras fronteras y han dado vuelta al planeta.

Otro pensamiento crucial del autor del Ulises criollo que deberíamos adoptar para una próxima revolución cultural es la del arte que ocurre en el espacio público.

Vasconcelos puso a disposición de nuestros mejores pintores kilómetros de muros en edificios públicos. También promovió la danza más contemporánea en estadios y frontones.

Conexo con esa intención de popularizar las artes y volverlas propiedad del pueblo está el tiraje masivo de libros y revistas. Los clásicos occidentales y nacionales, los autores vivos y los muertos, Platón y Martín Luis Guzmán, León Tolstói y Gabriela Mistral, fueron repartidos gratuitamente y consumidos como pan caliente —y cambiaron a los lectores y a la literatura nacionales.

Un recuerdo familiar: mi padre, un joven inmigrante polaco, aprendió el español leyendo la colección de libros publicada por Vasconcelos: ediciones de tapas verdes, rotuladas con letras doradas, de hojas de papel de Biblia. Conservo en mi librero aquellos libros que le dieron a mi padre una nueva patria.

El teatro entró tarde a la popularización, pero ya a partir de la segunda mitad del siglo 20, y a la sombra del pensamiento de Vasconcelos, era formidable su presencia. Y es que para el arte dramático se construyó la red más amplia y numerosa de teatros del continente, la del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Una red que hoy yace en semirruinas, abandonada y yerma.

Y si el cine y la televisión no entraron originalmente en la gran cruzada vasconceliana es por una razón insalvable: porque no existían cuando ocurrió, y más tarde, y solo por momentos, se les ha impulsado de forma tímida e incompleta. Pero naturalmente el teatro, el cine y el video deberían ser parte crucial de una transformación cultural próxima.

Varias son las ideas que debiéramos tomar de Vasconcelos —o desprender de sus proyectos.

  1. Somos una cultura mestiza.
    En nuestra cultura lo occidental y lo indígena se han mezclado venturosamente —y deberían continuar fecundándose entre sí.
  2. El arte indígena necesita de curadores, críticos y publicistas que distingan entre la artesanía y el arte.
    Debemos querer elevar a la categoría de arte a las creaciones indígenas que son virtuosas y originales, mientras el saludable comercio de la artesanía puede aún prosperar.
  3. La educación artística elemental debe ser universal, para enriquecer la vida de todos y todas —y también para que los más dotados, sin importar su clase social, se conviertan en artistas profesionales.
  4. Que los artistas jóvenes salgan de sus torres de marfil y recorran el país enseñando sería próvido para sus alumnos y para ellos mismos.
  5. La educación artística profesional debe tener lineamientos acordes a los propósitos de una revolución cultural. La meta es crear los símbolos de una nueva identidad colectiva.
    Lo que no significa la censura. Pero la distinción entre arte individualista y colectivo debería existir.
    En los murales de las azoteas de la Iztapalapa de hoy las imágenes no fueron soñadas por los muralistas a solas, sino convenidas entre los muralistas y los habitantes de la casa en cuyo techo están pintadas.
  6. La educación artística profesional debe aspirar al virtuosismo.
    Qué bien que millones de niños aprendan hoy a tocar flautas de plástico y los adolescentes sepan rapear, pero el país necesita también artistas virtuosos.
  7. El arte debe contar con cientos de miles de museos y salas de concierto, de teatro y de exposición.
    Para ello hay que eliminar casi toda la regularización actual, porque trata a los espacios del arte como espacios comerciales.
    En Londres, el teatro ocurre en cafés y bares, en aulas y en garages; amén que en teatros. En Berlín, cualquier casa hogar puede servir los domingos de galería. En Oxolotán, Tabasco, las faldas de una montaña son el teatro del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena.
    En cualquier comunidad debería poderse abrir un espacio para el arte, sin mayor condición que el deseo de que se abra.
  8. Pero el arte debe rebasar los ámbitos cerrados y desplegarse por el espacio público para volverse de verdad identidad colectiva.
    Los artistas sabrán adaptar sus creaciones al cielo despejado sin grandes trámites o costos.
    Las palabras autista y artista se parecen, pero son antípodas: todo artista lo es porque desea con fervor salir de su autismo individual y llegar a los muchos.
  9. El costo del arte es crucial. Los que hacemos arte lo sabemos.
    Si uno hace teatro cuyos boletos cuestan 500 pesos; si uno publica libros que cuestan 400 pesos; si uno hace cine cuyo boleto cuesta 45 pesos, está trabajando, lo quiera o no, para las clases media alta y alta.
    En contraste, si uno baja los boletos de teatro a 60 pesos y los del cine a 15, el público llega desde todas las colonias. Ha sido mi experiencia, reiterada mil veces.
    Y si uno baja los libros a 90 pesos, los lectores de todas las colonias y escolaridades los compran y los leen. Ha sido la experiencia de Paco Ignacio Taibo este sexenio en el Fondo de Cultura Económica.
  1. Urge desclasar al arte.
    Amén de todo lo que es el arte, puede ser también el crisol donde se reúnan las clases sociales y entren en comunión —y donde adquieran una identidad colectiva.
    Y para que tal cosa ocurra, el Estado debe ser el gran patrocinador del arte.
    O si se prefiere, puede decirse de otra forma: el Estado debe ser el gran patrocinador de l@s mexican@s para que puedan acceder, sin importar su clase social, al arte.
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