Claudia: feminista

Columnas Plebeyas

A pocos meses de cumplir lo prometido —regresar a Tabasco y salir del ojo público— el presidente ha puesto en marcha el plan sucesorio para el movimiento que inició hace tres décadas. Todo tipo de emociones sobrevuelan el proceso: escepticismo, incredulidad, ambición, esperanza. Dedazo colectivo, dicen unos. Un hijo nuestro, responden otros. Del proceso surgirá un solo coordinador de los comités de defensa de la cuarta transformación. Si todo sale bien, es decir, si a estas alturas entendimos bien de qué va la transformación de la vida pública, Claudia Sheinbaum Pardo guiará al país en esa defensa. Me explico. 

El movimiento encauzado por Andrés Manuel López Obrador representa una antítesis clara de las ideas individualistas y neoliberales que solían dominar la vida pública. Aquí me disculpo si parezco simplista; evitar complejidades nos evitará malentendidos. Aquellas ideas que buscaban liberar la economía y minimizar la intervención estatal tuvieron consecuencias perjudiciales para todos. Nos enfermaron. No sólo contagiaron la economía, también afectaron el bienestar social, el medio ambiente, los derechos laborales y los servicios públicos. Los afectados fuimos todos. Sin embargo, a nadie sorprende que los más perjudicados hayan sido los pobres; y, de entre ellos, las mujeres. 

En ese contexto, el hecho de que una mujer de izquierda, proveniente de la lucha social, se encuentre a las puertas de asumir el liderazgo de los destinos de la nación en tan sólo unos meses es esperanzador, por decir lo menos. Un hito revolucionario en la historia política y social de nuestro país.

Algunas feministas —aquel grupo de mujeres que solía congregarse en torno a la promoción de la igualdad de género y de los derechos y oportunidades de las mujeres— vociferan que Claudia no es una de ellas. O peor aún, que es una traidora al movimiento, una copia fiel de su jefe. Error: se equivocan en su juicio y se equivocan en su estrategia. 

Los logros de quien fuera jefa de gobierno de la Ciudad de México hasta hace unos días son tantos y tales que comunicarlos se torna largo. Larguísimo. Hablaré aquí exclusivamente de aquellos que hicieron que la capital del país sea un mejor lugar para las mujeres que la habitan y para las que la transitan: (i) estancias infantiles gratuitas; (ii) 700 kilómetros intervenidos por el programa Senderos Seguros; (iii) las Abogadas de las Mujeres; (iv) creación de la fiscalía especializada en feminicidios y de tres agencias de investigación para delitos sexuales y unidades especiales para delitos de violación; (v) las Lunas, espacios en donde se otorga acompañamiento jurídico y psicológico a mujeres víctimas de violencia de género; (vi) becas bienestar para niñas y niños “Mi beca para empezar”; (vii) apoyo económico para víctimas de violencia; (viii) aumento en 54% de personas vinculadas a proceso por feminicidio; (ix) disminución en 26% de muertes violentas de mujeres entre 2019 y 2022; (x) aumento en 65% de agresores vinculados. Por si fuera poco, y con esto termino, la exjefa de gobierno logró avances incomparables en materia de seguridad pública. Aquí cito a una de mis amigas más lúcidas: no hay política más feminista que aquella que garantiza que una mujer llegue segura a casa. 

La realidad grita y patalea frente a los engaños. Durante su gobierno, Claudia Sheinbaum no sirvió únicamente como representación de los derechos que las mujeres anhelamos, sino que los materializó mediante políticas efectivas de bienestar social. Quien diga que Sheinbaum no es feminista o que no gobernó para nosotras, miente.

Ser mujer no basta, se ha resaltado antes. Las mujeres pueden ser machistas y represoras. Representar ideas contrarias a aquello por lo que hemos luchado. Ahí tenemos a las Lilys y a las Kenias: violentas, vociferantes, conservadoras, carentes de propuestas valiosas. No conectan con la causa feminista y no se esfuerzan por hacerlo. El hombre neoliberal es su público e interlocutor.  

Hoy pareciera que ser feminista se ha vuelto algo común, la regla. Mujeres vestidas de morado por doquier, enajenadas por los principios más absurdos y superficiales heredados del márketing feminista despolitizado. Un feminismo individual y hacía arriba. Una guerra entre revolucionarias portantes de banderitas. Las colocan orgullosas de centro de mesa en sus eventos de networking o en sus lujosas oficinas. Corazones morados buscando —exclusivamente— cumplir el mandato social de época o valerse de él para avanzar en la jerarquía corporativa; romper el techo de cristal, afirman. 

En ese orden de ideas, ser feminista tampoco basta. No agota —al menos en México— el clamor del reclamo social. Aquí es donde resulta más pertinente la figura de quien fuera jefa de gobierno. Es precisamente en este punto donde ella acierta. Su enfoque feminista es preciso y se dirige hacia abajo, hacia el colectivo. Hacia las mujeres mexicanas que se encuentran en la intersección del género y la clase. Es precisamente en este cruce en donde puede aplicarse con toda fuerza la máxima obradorista: por el bien de todas, primero las pobres. Un enfoque feminista popular, dirigido a las clases populares, a las trabajadoras, a las campesinas y a las indígenas.

No es cosa menor. La elección de Claudia Sheinbaum como presidenta de México se basará en sus propios méritos y resultados, no en cuotas o sistemas artificiales de representación. No se basará en la decisión de un solo hombre, sino en una encuesta acordada entre los participantes. De resultar ganadora, nuestro país cerrará el 2024 gobernado por una mujer a nivel federal y —al menos— diez gobernadoras en los estados. A ver quién se atreve a afirmar que lo que sucedió aquí no fue una transformación. A ver quién se atreve a afirmar que en México no cambió nada.

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