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Retos de la solidaridad de Estados Unidos con la 4T

A algunos sectores de la (ya reducida) izquierda estadounidense, que carece de información sobre lo que está pasando en México, les resulta muy fácil criticar desde sus computadoras al gobierno de López Obrador.

Como espejo de la cobertura de los medios de comunicación mexicanos vendidos y corruptos, sus pares en Estados Unidos, en su abrumadora mayoría, están en un modo de ataque contra la llamada cuarta transformación (4T), Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

Se puede decir que su cobertura está aún más distorsionada porque pueden aprovechar la ignorancia de los estadounidenses sobre México. Por ejemplo, hablar del asesinato de periodistas en el país latinoamericano sin mencionar que los culpables son caciques locales, funcionarios públicos emanados de los partidos neoliberales o el crimen organizado, y aprovechando la memoria de la experiencia de otros países en América Latina como trasfondo, deja implícita la idea falsa de que esas ejecuciones son obra del gobierno de López Obrador.

Decir que AMLO busca imponer una dictadura comunista sería risible en México, pero muchos lectores extranjeros que no pueden contar con otros elementos lo creen.
Hablar de hechos del pasado, sin mencionar que López Obrador comenzó a gobernar a partir de las elecciones de 2018, de igual forma deja la impresión equivocada de que la 4T tiene que ver con los abusos y crímenes de los gobiernos neoliberales anteriores. De hecho, esta es la línea de la mayoría de notas periodísticas o reportajes: que el mandato del tabasqueño no representa nada nuevo ni progresista, sino en el mejor de los casos es continuidad de los sexenios pasados y en una peor variante se trata de un gobierno autoritario y represivo que busca erradicar la democracia mexicana, además de estar destruyendo la economía. O sea, contra toda evidencia, se pinta el panorama mexicano como una catástrofe en todos los campos.

En cambio no se aborda nada de los logros de la 4T en diferentes esferas de la vida social, los avances económicos, la lucha contra la corrupción, el proyecto de una sociedad más justa, democrática y próspera implementándose día tras día en el país.
Ante la ausencia en Estados Unidos de un movimiento de solidaridad con México, además, es difícil contrarrestar no sólo estas campañas mediáticas sino también los esfuerzos de los círculos políticos más reaccionarios para promover abiertamente una política intervencionista bajo el pretexto de combatir los cárteles de droga o la migración, o de promover la “democracia” conforme a la muy cuestionada y deteriorada receta de Washington.

¿Por qué en Estados Unidos, un país donde sí hubo movimientos de solidaridad fuertes y de alcance nacional con Vietnam, Sudáfrica, Palestina, América Central, Cuba, Venezuela y otras luchas y naciones, no hay casi nada sobre México? ¿Por qué los sectores progresistas de Estados Unidos no saben de los logros de la 4T y no tienen el tema de México en su agenda, a pesar de la cercanía geográfica entre los dos países y el importante y creciente papel político del actor latinoamericano en el continente, para no hablar de la presencia en Estados Unidos de más de 38 millones de mexicanos?
Parte del problema es que, a diferencia de los casos de Vietnam, Cuba, Centroamérica, etcétera, donde las organizaciones revolucionarias de sus países consideraban la solidaridad internacional, y sobre todo dentro de Estados Unidos, con sus luchas como un factor de importancia estratégica, los dirigentes de la 4T, tal vez abrumados por las tareas y el calendario electoral en México y la problemática de los connacionales en Estados Unidos, no han mostrado mucho interés ni compromiso por impulsar la solidaridad en el seno de la sociedad norteamericana.

Esto es muy diferente de los casos de los dos países que más han sufrido la embestida imperialista en el siglo XX: Vietnam y Cuba. En ambos, sus direcciones tenían muy claro que la opinión pública norteamericana y su movilización serían un aliado crucial e indispensable para poner fin a la agresión de Washington. En el caso de la solidaridad con México, sin embargo, hay otros obstáculos.

A algunos sectores de la (ya reducida) izquierda estadounidense, que carece de información sobre lo que está pasando en México, les resulta muy fácil criticar desde sus computadoras al gobierno de López Obrador: por no enfrentarse o hacer concesiones a Washington, por no expropiar a la burguesía nacional, por no nacionalizar las empresas multinacionales o por no seguir sus recetas de cómo debe ser un proceso revolucionario.

Además, en algunos círculos de Estados Unidos (y Europa) el zapatismo sigue siendo atractivo. La imagen de revolucionarios indígenas encapuchados levantándose con armas en mano y construyendo poder popular es muy llamativa, aunque dista mucho de la realidad del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hoy en día. Incluso resulta muy romántico poner un pasamontañas y un paliacate rojo en imitación del Subcomandante Marcos. Esos sectores no entienden que por muy respetable e importante que sea la experiencia zapatista, la resistencia y la lucha del pueblo mexicano hoy simple y sencillamente no pasa por el EZLN, sino por movimientos sociales de diferente índole y también por la 4T y sus políticas progresistas. A estos compañeros y compañeras no les interesa ni ven la importancia de ninguno de los gobiernos progresistas de América Latina, incluido el mexicano.

Pero también tenemos que reconocer que comentarios de López Obrador expresando su amistad con Donald Trump no fueron vistos como parte de una política necesaria para mantener las mejores relaciones posibles con Washington, dada la realidad geopolítica del país latinoamericano, o inclusive como parte normal del protocolo diplomático, sino que, en cambio, se interpretaron como respaldo a una figura acusada de racista, extremista, reaccionaria y hasta fascista.

Queda claro que la presencia de un gobierno y movimiento progresista en México —un proyecto basado en la justicia social y la solidaridad, en la consigna de que primero van los pobres, en el compromiso de lucha contra el racismo, sexismo y clasismo en sus diferentes expresiones, en la defensa de la soberanía nacional y de los pueblos en general, en el internacionalismo y en contra del intervencionismo y las políticas hegemónicas, y hasta en aspectos vanguardistas como la liberación del periodista Julian Assange o la necesidad de reemplazar la Organización de Estados Americanos (OEA)— tarde o temprano va a chocar con las políticas de Washington y con los intereses de las empresas multinacionales.

De ahí la necesidad de una campaña permanente para contrarrestar la desinformación en los medios convencionales y llevar la verdad sobre la 4T y las políticas de AMLO a la opinión pública norteamericana. Los sectores progresistas del país angloparlante, los sindicatos, los movimientos ecologistas, las mujeres, la comunidad LGBTQ, los activistas por los derechos de los migrantes, todos los que luchan por una sociedad más justa, por un mundo mejor, son nuestros aliados naturales.

Pero no se trata sólo de campañas de desinformación en los medios: mucho más está en juego. El otro lado del papel de la prensa contra la 4T es el riesgo de un intervencionismo que hoy se está expresando a dos niveles. Por un lado, mediante la creciente agresividad de políticos republicanos de extrema derecha que piden la intervención militar norteamericana en México bajo el argumento de combatir los cárteles de la doga. Y por otro, mediante el financiamiento abierto del gobierno norteamericano a grupos de derecha en México, pertenecientes a la llamada sociedad civil. Por ejemplo, Washington acaba de donar casi 50 millones de dólares al golpista Claudio X. Gonzalez, a través de sus grupos asociados, para hacer la guerra sucia contra el presidente.

El apoyo de los sectores progresistas y la comunidad mexicana en Estados Unidos para detener las políticas intervencionistas de sus sectores más reaccionarios, fuertemente identificados y vinculados al trumpismo, es fundamental.

Tomando en cuenta todas esas consideraciones, en las últimas semanas se ha conformado un grupo de trabajo, una especie de red binacional para llevar a cabo esta labor en los medios y promover la solidaridad con México.

Aparte del excelente esmero periodístico de nuestro compañero Kurt Hackbarth, publicado en la revista Jacobin, y de otros periodistas en distintos medios, se está buscando contactos en muchos otros espacios de comunicación de alcance nacional en el país vecino.

Ese grupo de trabajo logró responder en forma inmediata a los comentarios racistas antimexicanos del senador republicano de Luisiana John Kennedy, a través de una declaración que fue bien recibida en las redes sociales estadounidenses.

Simultáneamente se está impulsado la difusión de la edición semanal (con cortes en español e inglés) del Boletín de Solidaridad con México/Mexico Solidarity Bulletin.
Varias organizaciones en territorio estadounidense se han comprometido con impulsar una red de solidaridad y están trabajando con nosotros, pero el proyecto todavía está en una fase muy incipiente.

El trabajo no será fácil, ya que el entorno en EUA es complejo. Pero la defensa de la 4T, AMLO y Morena en el país vecino es de vital importancia para el futuro de la transformación social en ambas naciones.

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