Así como hay abogados que siguen a las ambulancias para ver si hay alguien a quién demandar (y sacar tajada) y predicadores rondando en las clínicas de rehabilitación para adoctrinar a la gente en su momento de mayor desesperación, así también hay fuerzas políticas dispuestas a aprovechar cualquier situación colectivamente dolorosa para llevar agua a su molino electoral, beneficiándose de que los momentos de dolor agudo son poco propicios para la reflexión. Entiendo que semejante oportunismo nos indigne, pero decir que “no hay que politizar” una tragedia es confundir política con oportunismo. ¿Quieren decir que no se vale ser demagogos u oportunistas cuando hay tragedias? ¿O sea que sí se vale serlo cuando no las hay?
No. Para quienes consideramos que la palabra política no designa meramente la competencia mezquina entre candidatos indistintos por tal o cual puesto, sino toda la relación del individuo con la sociedad (en la que el poder estatal tiene un papel central), es claro que hay que analizar las causas sociales de las tragedias y enfrentar esas causas políticamante, es decir, pensando críticamente en lo que hace o no hace el poder. Psicológicamente, la tragedia dificulta el pensamiento sereno y exige las soluciones más inmediatas, que no siempre son las más profundas. Pero también impele a la acción. El llamado a “no politizar” las tragedias puede significar, en el mejor de los casos, una petición justa para no sacar conclusiones precipitadas; en el peor, un llamado reaccionario a no sacar conclusiones en absoluto y no actuar. En ambos casos, la consigna de “no politizar la tragedia” es también una forma de politizar la tragedia.
Ante el terremoto más destructivo que se ha vivido en la Ciudad de México, el del 19 de septiembre de 1985, la sociedad “politizó” la tragedia en el mejor sentido de la palabra: se autoorganizó para llenar los huecos que la indiferencia oficial dejaba y, además, sacó profundas conclusiones políticas de aquella indiferencia, conclusiones que desde entonces inciden en la relación de los capitalinos con el poder, incluyendo sus preferencias electorales a largo plazo, y mucho más.
Más bien lo que debemos evitar es “tragedizar” la política.