Quien para muchos es el cineasta más importante de la historia, Alfred Hitchcock, creía que el cine puro era aquel en el que la cámara era el narrador, el resto eran sólo elementos que ayudaban a contar la historia visualmente. Para él, los diálogos eran secundarios y sólo debían utilizarse cuando eran estrictamente necesarios. Me queda claro que el director y guionista de Tár, Todd Field, no comparte la misma opinión que el director de La ventana indiscreta.
Sin duda alguna la base de la —por lo menos a inicios del 2023— aclamada película no es una narración visual, sino un discurso sociocultural de cómo ve y entiende el mundo. Discurso que, además, sin ningún temor prolonga permitiendo que signifique un 80 por ciento de la película. Pareciera que la ficción que nos presenta fue una cuidadosa confección para poder validar un discurso que, ubicado en su debido sitio, no hubiese pasado de la entrevista de un señor que piensa que su perspectiva del mundo es la verdadera, emitida en una televisora local de alguna ciudad de su natal Estados Unidos.
¿Por qué me atrevo a decir esto? Tár se toma mucho tiempo para dejarnos claro que la maestro —porque lo reafirma iniciando la película: “Sí, se dice maestro, no maestra”, según Lydia Tár, o sea, claro, Todd Field— es brillante entre los genios y su palabra es ley; aquel que no concuerde es inferior no sólo en intelecto, sino en impacto sociocultural y artístico, pero no debemos olvidar que la palabra de la genial maestro es más bien la palabra de Todd Field, que, además, de forma muy inteligente crea un personaje femenino a través del que se puede expresar sin represalia, pasando el entendimiento de la realidad que él tiene a lo que ante los ojos del mundo es la cabeza de la protagonista Lydia Tár, y desde ahí, se permite hablar y hablar —porque vaya que en la película hablan…, y mucho, es más, a lo mejor ni es película, es entrevista—, tratando de hacernos creer que lo expuesto viene de los pensamientos de una mujer que además es brillante, profesional, seria, guapa, rica: vaya, pareciera que nada le falta, y desde ahí, también aprovecha para mostrar “el sufrimiento” al que se exponen perfiles de este tipo —es decir, directores de esta índole, ya sea en el ámbito musical, teatral, cine, etcétera—, y lo entiendo… pero no estaría de más abordar la responsabilidad que deben tener este tipo de perfiles en su hacer, ¿o no hablábamos de la superioridad y potencia de sus actos en comparación de los demás al inicio de este párrafo?
El cierre de la película es perfecto para exponer la poca calidad artística de esta pieza y la enorme concentración discursiva de la misma, no sé qué trató de hacer Todd Field realmente con esa escena, pero para que podamos estar en sintonía, con un discurso de cinco minutos —y nos fue bien, los otros son hasta de quince— nos trata de explicar por medio de la palabra, que la palabra nunca será suficiente para poder expresar la profundidad, entendimientos y sensaciones de una pieza artística… gua gua gua… el cierre perfecto para el discurso de un hombre que cree tener la verdad del mundo en su cabeza.
Eso sí, la complejidad, inteligencia e intensidad de un personaje como Lydia Tár permite darme cuenta de que Todd Field cree de forma genuina no sólo en la igualdad, sino a veces en la superioridad profesional que una mujer puede llegar a tener frente al hombre. Hay que reconocer que se tomó el tiempo de confeccionar a una protagonista maravillosa, hay que decirlo, con una Cate Blanchett inspirada que la representa de forma magistral, y si esta película puede llegar a tener toques de aquel cine puro del que habló Hitchcock es gracias a ella. Fuera de la actriz, me parece a todas luces que esta película no es más que un discurso con máscara de cine.