La lucha de las mujeres cuyos cuidados hacen posible la vida es la lucha de un feminismo plebeyo: un feminismo de las humildes,
aras de suelo; un feminismo profano y popular.
Tranquilicemos un poco a la gente aprensiva. No hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente, una idea humana.
Aparte de este feminismo espontáneo y orgánico, que recluta sus adherentes entre las diversas categorías del trabajo femenino, existe aquí, como en otras partes, un feminismo de diletantes un poco pedante y otro poco mundano. Las feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio literario, en un mero deporte de moda.
José Carlos Mariátegui, 1924
I.
El epígrafe con el que abre este texto fue escrito por el marxista peruano José Carlos Mariátegui hace casi cien años.[1] En sus palabras ya se aprecia lo que las feministas socialistas como Clara Zetkin, Eleonor Marx y Aleksandra Kolontái habían señalado: la existencia de divergencias sociales que se expresaban en la lucha de las feministas.
Para las socialistas, existe un feminismo que por su lugar de enunciación y por sus objetivos políticos busca “conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos”;[2] es decir, derechos para las mujeres de las élites que, aunque necesarios, no trastocaban la estructura social que permite la reproducción en gran escala de las opresiones y violencia contra la mujer. En ese mismo tenor, a Mariátegui no le sorprende que las mujeres no se articularan en un gran movimiento feminista único, pues es inevitable que en una sociedad de clases como la capitalista, donde la dominación también toma la forma racista, colonial y patriarcal (e incluso especista), las demandas y objetivos de las mujeres tan diversas en su condición étnico–racial y de clase no sean exactamente iguales.
En las reflexiones de Mariátegui, el feminismo necesariamente se expresa a través de distintos colores y tendencias, formulando sus reivindicaciones de forma diferenciada. Apunta el peruano: “La mujer burguesa solidariza su feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer proletaria consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la sociedad futura. La lucha de clases […] [también] se refleja en el plano feminista”. Es muy importante retomar esta observación de cómo el antagonismo de clase también se expresa al interior del movimiento feminista, pues nos permite ampliar y complejizar la mirada para analizar lo que está sucediendo hoy día al interior del movimiento feminista, y especialmente en las movilizaciones de las mujeres en las calles.
Ciertos análisis, incluso algunos que parten de la propia izquierda mexicana comprometida con la transformación y con la lucha de las mujeres, asumen ciertas hipótesis, un tanto simplistas, que afirman que grupos infiltrados y violentos, pagados por la derecha, se insertan en las movilizaciones para desprestigiar la lucha de las mujeres, que es naturalmente una lucha de izquierdas. Es posible que esto suceda, pero no es el único factor a considerar, pues lo que se omite del análisis complejo es que las diversas estrategias, principios políticos, discursos y objetivos de los feminismos son muy diversos y a veces hasta contradictorios.
Y dentro de esa pluralidad no sólo se movilizan las mujeres de izquierda y los bloques negros —pagados o no—, sino que también se movilizan las mujeres de ideología de derecha. Las vemos en las últimas marchas del 8M, con objetivos muy cercanos a los otrora llamados feminismos burgueses y que hoy podríamos llamar feminismos corporativos y empresariales, afines al ethos del neoliberalismo. Además de señalar su oportunismo, es necesario reconocer que esas demandas han sido necesarias, mas no suficientes para la transformación. Sus formas políticas tienden a reproducir soluciones individualistas, mercantilizadas, privatizadoras, punitivas o institucionalistas, que se quedan en la superficie de un complejo problema.
Son esos los feminismos que aceptan todas las premisas y consecuencias del orden neoliberal vigente, con la única excepción de aquellas que se oponen a las reivindicaciones de la mujer de sectores acomodados (entre ellos algunas profesionistas). Es decir, se pueden posicionar en contra de la violencia contra las mujeres, mas no en contra de las violencias neoliberales hacia las clases trabajadoras o a la violencia imperialista de una nación que oprime a otra, violencias que, sin duda, están interrelacionadas con la violencia de género que hoy ocurre bajo un patriarcado neoliberal. Todas estas violencias son expresión de un orden de dominación que hoy es capitalista, colonialista, patriarcal y se alimenta de nuestros cuerpos y territorios explotados, poniendo bajo asedio la reproducción social de la vida.
II.
Hoy hay necesidad y urgencia de hablar de un feminismo plebeyo porque, a diferencia del feminismo aristócrata —que expresa las visiones de las minorías privilegiadas, cuyas propuestas meritocráticas, individualistas y de mercado son irrelevantes para la mayoría de mujeres trabajadoras, indígenas y campesinas, que sostienen a este país—, la lucha de las mujeres cuyos cuidados hacen posible la vida, es la lucha de un feminismo plebeyo: un feminismo de las humildes, a ras de suelo; un feminismo profano y popular; un feminismo para la transformación que no se olvida de la esencial interrelación de la lucha antipatriarcal, anticlasista, antirracista y antineoliberal.
Por qué no pensar, incluso, en un feminismo no sólo plebeyo sino nacional popular, en el sentido crítico planteado por René Zavaleta. Una lucha feminista que comprenda y asuma que la libertad y la vida digna de las mujeres necesita de la soberanía del cuerpo territorial de la nación y de los pueblos. Porque en un mundo que continúa siendo colonial, el feminismo plebeyo también asume una postura que abraza la consigna de la autodeterminación para las mujeres, los pueblos y la nación. Con la radicalidad de lo que implica la consigna “Las mujeres, como las naciones, ¡libres y soberanas!”.
Este posicionamiento profundo y radical toma distancia de los “feminacionalismos” de derecha, un fenómeno contemporáneo descrito por Sara Farris,[3] que expresa la defensa de los derechos de las mujeres ciudadanas que hacen los gobiernos de derecha en Europa a costa de políticas antimigrantes e islamófobas. Para garantizar que las emancipadas mujeres europeas de las clases acomodadas puedan cumplir sus metas de subir la escalera corporativa y “romper el techo de cristal”, se necesita del trabajo masivo de mujeres inmigrantes (muchas de ellas musulmanas y racializadas) para cumplir con las labores de cuidado remuneradas en el hogar y en las instituciones de salud, razón por la cual se otorgan visas laborales individuales que las separan de sus familias y que sólo se extienden a la industria del trabajo doméstico, mientras que sus camaradas, hijos, hermanos, padres y maridos son criminalizados como fanáticos religiosos y terroristas. El discurso de estas derechas fascistas y nacionalistas sostiene que los varones musulmanes, migrantes y racializados son un peligro para los derechos de las mujeres europeas y de la comunidad LGBTIQ+,[4] pero sus mujeres son bienvenidas porque hace falta trabajo vivo para ser explotado.
La propuesta de un feminismo plebeyo que converge con la lucha popular ha sido trabajada, entre otras, por la feminista argentina Luciana Cadahia, quien habla de la necesidad de la articulación de los movimientos feministas y del campo político popular. Para ella, este feminismo plebeyo articulado con otras luchas es el único que puede plantarle cara a las fuerzas neoliberales que impulsan un feminismo de élite con maquillaje “progre”. No sólo porque las luchas por la transformación radical han partido del campo popular, sino porque la visión feminista plebeya abre el camino para ahondar en la democracia participativa y para construir una nueva cultura política, una democracia de hondo calado, transformada con visión feminista. De allí su propuesta de pensar y actuar en clave republicana y plebeya.[5]
La lucha por la verdadera democratización es una lucha política, feminista y plebeya. Y esta democracia republicana y popular no se conforma solamente con la enunciación de derechos políticos, sino con la objetivación de condiciones de vida digna para las mujeres y para el pueblo. Y eso se traduce, necesariamente, en políticas de bienestar social. En un alejamiento de los imperativos económicos a los que nos someten los organismos internacionales, que operan como los caballos de Troya del capitalismo neoliberal.
III.
La contraofensiva conservadora que hemos visto activarse en los últimos años en América Latina también ha instrumentalizado la lucha de las mujeres. No es casualidad que los últimos golpes de Estado acaecidos en Bolivia (2019) y Perú (2022) hayan sido legitimados por mujeres como Jeanine Áñez y Dina Boluarte, en una maniobra para ocultar el carácter de golpe militar violento. Estos hechos demuestran que no basta con que las mujeres lleguen a las más altas esferas de la política, porque pueden arribar mediante mecanismo violentos y protegidas por la Organización de Estados Americanos (OEA), Estados Unidos y las élites nacionales y extranjeras. Las expresiones del feminismo neoliberal que rezan que “cuando una mujer avanza, avanzamos todas”, celebrarían el camino de sangre que dejó el adelanto de las mujeres golpistas en Sudamérica.
En el Manifiesto de un feminismo para el 99%, se afirma que esta visión neoliberal de la supuesta igualdad de oportunidades, que en realidad es inexistente bajo el capitalismo, “pide a la gente común, en nombre del feminismo, agradecer que sea una mujer y no un hombre quien reviente su sindicato, ordene a un misil matar a sus padres o encierre a su hijo en una jaula en la frontera”.[6]
Desde otra perspectiva, Angela Davis, como filósofa y revolucionaria negra que entiende el marxismo desde el feminismo (y viceversa), sostiene que cuando una mujer negra se mueve, toda la estructura de la sociedad se mueve con ella. Pues es el cuerpo de las mujeres negras el que lleva grabado el sufrimiento por las opresiones de clase, raza y género, y donde encontramos la fuerza del campo popular junto a otros sujetos políticos articulados; una fuerza que nos permite imaginar un mundo distinto, transformado y con un sentido verdaderamente humano.
En México ese campo popular es construido y reconstruido por la lucha de las mujeres indígenas, trabajadoras del campo y la ciudad, trans, madres que buscan, jóvenes y adolescentes que dicen basta.
Sus acciones comunitarias que denuncian y plantan cara a la violencia del capital, que cargan sobre sus hombros un sistema de cuidados que fue destruido por el neoliberalismo, y que se enfrentan y resisten a la narcoviolencia sin perder nunca la ternura y la alegría en medio del duelo, son unas verdadera potencia plebeya.
La semilla floreciente de un feminismo plebeyo que busca transformar toda la vida.
[1] José Carlos Mariátegui, “Las reivindicaciones feministas”, Mundial, 19 de diciembre de 1924, URL: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/1924/dic/19.htm.
[2] Aleksandra Kolontái, “El Día de la Mujer”, 1913, URL: https://www.marxists.org/espanol/kollontai/1913mujer.htm.
[3] Sara R. Farris, En nombre de los derechos de las mujeres. El auge del feminacionalismo, España, Traficantes de sueños, 2021.
[4] Jasbir K. Puar, Ensamblajes terroristas. El homonacionalismo en tiempos queer, Barcelona, Bellaterra, 2017.
[5] “Entrevistas en torno al feminismo radical y al transfeminismo: Luciana Cadahia”, Cerosetenta, UniAndes, 15 de agosto de 2020, URL: https://cerosetenta.uniandes.edu.co/enlacemonos-entrevistas-en-torno-al-feminismo-radical-y-al-transfeminismo-luciana-cadahia/, consultado en febrero de 2023.
[6] Cinzzia Arruza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser, Manifiesto de un feminismo para el 99%, Barcelona, Herder, 2019.