Letras Libres y la incomprensión de la historia

Ensayos

Se puede leer un título al centro de la imagen rectangular, con un diseño tipográfico minimalista: La sombra del caudillo, e inmediatamente después, abajo, los rostros de dos mujeres: Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. La primera, de izquierda a derecha, se puede ver de perfil, mirando al centro, y está inscrita dentro de una gran silueta negra que representa el perfil del presidente Andrés Manuel López Obrador, que a su vez mira a la izquierda, hacia el exterior del rectángulo; la segunda candidata, la del bloque conservador, aparece de frente, sonriendo, sin ninguna sombra que la englobe o la ensucie. La imagen corresponde al número 305 del año XXVI de la revista mensual Letras Libres, mayo de 2024, con textos de Enrique Krauze, Roger Bartra, Fernando García Ramírez e Ivabelle Arroyo, digna de un análisis hermenéutico, pues representa muy bien la incomprensión de la derecha de un proceso histórico que ha cimbrado al país desde el 2018 y que aún sigue en marcha, una transformación profunda de la vida pública del país, de entender la política y de asumir lo político. Incomprender la coyuntura durante todo el sexenio también le ha hecho ininteligible a la reacción el proceso electoral. En su mente, todo sigue igual desde la década de 1920. No comprenden o no quieren comprender la historia reciente de México, y para muestra una portada.

Ante tal publicación, uno no puede dejar de pensar en Roland Barthes y en lo que explicaba respecto al mito como sistema semiológico en su célebre libro Mitologías. Ahí, en el apartado titulado “El mito, hoy”, el pensador francés ponía como ejemplo la portada de un número del Paris Match: “estoy en la peluquería, me ofrecen un número de Paris Match. En la portada, un joven negro vestido con uniforme francés hace la venia con los ojos levantados, fijos sin duda en los pliegues de la bandera tricolor. Tal el sentido de la imagen. Sin embargo, ingenuo o no, percibo correctamente lo que me significa: que Francia es un gran imperio, que todos sus hijos, sin distinción de color, sirven fielmente bajo su bandera y que no hay mejor respuesta a los detractores de un pretendido colonialismo que el celo de ese negro en servir a sus pretendidos opresores”. El mitólogo, expone el autor, el que descifra el mito, es capaz, al leer esa portada de revista, de comprender una deformación, y recibe el mito no de forma pasiva, como quisieran los editores, sino como una impostura: la publicación busca generar en el lector desprevenido una serie de connotaciones que sean asumidas como reales. En tanto mito, esa revista, como la portada de Letras Libres, tiene un carácter imperativo, interpela casi violentamente al lector.

Construido con letras e imágenes, desde la aparente inocencia de una tapa de revista el mito “salido de un concepto histórico, surgido directamente de la contingencia […] me viene a buscar a mí: se vuelve hacia mí, siento su fuerza intencional, me conmina a recibir su ambigüedad expansiva”, que en el Paris Match busca la aceptación, sin más, del imperialismo francés, su legitimación; y en el caso de Letras Libres, la idea de que la sucesión presidencial del 2024 es idéntica a todas las que han ocurrido en el país desde que Álvaro Obregón impuso a Plutarco Elías Calles. La coartada de la revista que dirige Krauze consiste en sostener que López Obrador es un caudillo y que, por lo tanto, en su deriva autoritaria impondrá en una elección de Estado a su sucesora, en este caso Sheinbaum. Sin embargo, cuando constatamos quién es el productor de este mito, una revista de derechas que se beneficiaba del régimen de privilegios del periodo neoliberal, al que servía como instrumento de legitimación, se puede aniquilar con contundencia el pretendido mito, pues la evidencia de su móvil ha quedado en primer plano.

Letras Libres quiere hacer creer al lector que en el 2018 la situación política de México no se transformó realmente, ni ha habido un cambio radical en la forma de ejercer el poder. Que en 2024 la sucesión sigue dándose mediante dedazo, de la cultura del tapado, como si se tratase de la peor época del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Figura una elección de Estado que sólo existe en la mente de los que diseñaron la revista, pero su motivación profunda es el inmovilismo. La defensa del inmovilismo es producto de su incomprensión y viceversa. En términos gramscianos, no logran apreciar lo que es un movimiento coyuntural y lo confunden con uno orgánico. La derecha es así, anclada en la mismidad, cancela la otredad, no logra entender las diferencias, las contradicciones históricas, las antítesis, las transformaciones. Caen, muchas veces, en el “igualismo” ramplón y fácil. Letras libres, el nodo cultural que representa políticamente, está por la restauración del viejo régimen de injusticias y privilegios que la mayoría de los y las mexicanas decidimos terminar de tajo en la insurgencia electoral que fue el 2018, y para eso tiene que borrar, erosionar las diferencias. A través de su mitología, pretenden imponer la narrativa de que todo es igual y nada cambia, no hay progresismo ni izquierda posible. Como bien apunta Barthes, “estadísticamente, el mito se encuentra en la derecha. Allí es esencial: bien alimentado, reluciente, expansivo, conservador, se inventa sin cesar. Se apodera de todo: las justicias, las morales, las estéticas, las diplomacias, las artes domésticas, la literatura, los espectáculos. Su expansión tiene el mismo alcance que la exnominación burguesa”.

La derecha y sus mitos quieren eternizar; la izquierda y sus acciones, transformar. En el esbozo de formas retóricas de Barthes destaca el de “La privación de historia”, que consiste en desproveer, mediante el mito, al objeto del que se habla de arraigo histórico, “esta evaporación milagrosa de la historia es otra forma de un concepto común a la mayoría de los mitos burgueses: la irresponsabilidad del hombre”. Evaporación de la historia, justo lo que busca esta portada de Letras Libres. Hipócritamente, al establecer un aparente diálogo con la novela histórica de Martín Luis Guzmán, la publicación simula una comprensión de la historia que en realidad no se da ni por asomo. Incluso, se podría decir que su narrativa opera precisamente en sentido inverso. Con La sombra del caudillo Guzmán intentó recrear dos momentos políticos e históricos de nuestros país, que van de 1923 a 1924 y de 1927 a 1928. A partir de la muerte del general Francisco Serrano en Huitzilac, la sucesión presidencial que inventó la institucionalización de la Revolución aparece como algo obligadamente trágico.

La mayoría de los personajes de la novela tienen un referente histórico preciso, Ignacio Aguirre es una combinación de Adolfo de la Huerta y el general Serrano; Olivier Fernández es Jorge Prieto Laurens; Hilario Jiménez es Plutarco Elías Calles y el caudillo es Obregón. Quizá el único personaje enteramente literario es Axkaná González, que representa la conciencia revolucionaria, y aunque también puede ser una especie de alter ego del propio Martín Luis Guzmán podemos entender su personaje como el representante de una voz colectiva, quizá la de un coro trágico idealista. El episodio final de la novela, en las faldas del Monte de las Cruces, en realidad sucedió históricamente en Cuernavaca, en el camino a la Ciudad de México.

La tesis de la novela es cruel y fatalista: en México sólo se conjuga el verbo “madrugar”, estamos condenados a padecer la dialéctica violenta de las sucesiones presidenciales bajo la sombra de un caudillo, que por definición es dictatorial y autoritario, caprichoso. Cuando se publicó el libro, en 1929 desde el exilio del autor en España, ni siquiera existía el PRI, sino que estaba gestándose el Partido Nacional Revolucionario (PNR), de la mano de Calles. Lo que escribió Guzmán lo hizo pensando en aquello en lo que podía convertirse el PNR, es decir, anticipó críticamente el nacimiento del PRI como traición a la Revolución Mexicana y sus ideales, representados en Axkaná González.

Si había una suerte de eterno retorno sin salvación, como en la visión histórica de Vico, en descenso, era porque Martín Luis Guzmán estaba precisamente desencantado de ver que los valores y principios maderistas en los que él se formó estaban empezando a ser traicionados. La novela, aunque fue publicada en 1929, había aparecido antes en el diario El Universal, o sea que fue escrita prácticamente de forma simultánea a los sucesos históricos que retrata, de ahí su valor testimonial. Hay que recordar que el autor se vinculó en 1911 al Partido Liberal Progresista y que vivió en carne propia la represión que sufrió el movimiento maderista. Durante el obregonismo, se afilió al bando de Adolfo de la Huerta, contrincante de Calles, que al ganar hizo que tuviera que exiliarse nuevamente.

Lo que vemos como un retrato durísimo del presidencialismo es en realidad una profecía de lo que habría de ser el PRI en las décadas posteriores. De no haber sido asesinado Madero, al menos en la lectura que hace Martín Luis Guzmán, nos hubiéramos salvado del caudillismo sombrío que vino después, tras la traición del asesino Victoriano Huerta. Quizá el último gran caudillo en ese sentido fue Carlos Salinas de Gortari, y el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994 podría ser leído aún bajo la estela o el signo de Guzmán y de su radiografía sociopolítica novelada.

Sin embargo, si algo representa a la llamada cuarta transformación y al obradorismo es justamente lo contrario al caudillismo, pues enarbola una especie de neomaderismo. López Obrador es y ha sido un líder y dirigente excepcional, un estadista de altas miras, uno de esos políticos con autoridad moral que son muy raros y que nacen quizá cada cien años, pero no es un caudillo. Su liderazgo lo ha conseguido con mucho trabajo e integridad moral, con valentía, con cercanía a la gente y no a través de la mano dura o la imposición de miedo. La reciente contienda interna en el Movimiento de Regeneración Nacional (morena), por ejemplo, permitió cuatro precandidatos y una precandidata, y que los cinco recorrieran el país promoviendo sus proyectos e ideas. La elección de la precandidata fue el resultado de una consulta interna, democrática. No hubo dedazo ni ungido o ungida desde el palacio presidencial, como se hacía antes. La democratización que ha significado la 4T va precisamente en sentido contrario al caudillismo acuñado por el PRI. El tan cacareado contrapeso en los poderes para evitar lo que la derecha llama hoy “deriva autoritaria” era precisamente algo inexistente desde Calles hasta Enrique Peña Nieto. Lo paradójico es que sólo ahora que el poder judicial se ha manifestado tan abiertamente contrario al gobierno de la 4T se puede hablar de un poder no absoluto en la figura del presidente. Sugerir lo contrario, como hace Letras Libres, es simplemente no comprender la historia.

Julio Cortázar, en 1969, en una entrevista que Rita Guibert le formuló por escrito para la revista Life, dijo: “No solamente desconfío de las publicaciones norteamericanas del tipo de Life, en cualquier idioma en que aparezcan y muy especialmente en español, sino que tengo el convencimiento de que todas ellas, por más democráticas y avanzadas que pretendan ser, han servido, sirven y servirán la cauda del imperialismo norteamericano, que a su vez sirve por todos los medios la causa del capitalismo”. Desde luego Life no es Letras Libres, pero ambas se parecen y también tienen un aire de familia con el Paris Match, al menos en su postura reaccionaria, abiertamente colonialista y de derechas.

Y lo que representa Letras Libres, más allá de ser una revista hecha por y para el grupo de Krauze y sus lectores, es su función sociocultural, pues cumple un rol. Como bien explicaba Cortázar, ese rol qué él identificaba a propósito de Life hace más de 50 años, sigue siendo válido para revistas de derecha que circulan en América Latina y en México: “El capitalismo norteamericano ha comprendido que su colonización cultural en América Latina —punta de lanza por excelencia para la colonización económica y política— exigía procedimientos más sutiles e inteligentes que los utilizados en otros tiempos; ahora sabe servirse incluso de instituciones y personas que, en su propio país y en el exterior, creen combatirlo y neutralizarlo en el terreno intelectual”. Sin embargo aunque hoy ya no parecen ni tan sutiles ni tan inteligentes, siguen teniendo la misma intención, e incluso sigue siendo válida la sospecha de que sean publicaciones financiadas por la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA, por su sigla en inglés) o por grupos oligárquicos y mafiosos tanto locales como internacionales. Si el capitalismo yanqui se valía de Life como de tantas otras cosas para sus fines últimos, como escribía Cortázar, Letras Libres también hoy cumple la función de colonización cultural para facilitar la colonización económica y la permanencia de un estado real de cosas, un estatus quo, que la derecha mexicana pretende sostener en contra de la voluntad popular.

La comunicadora Denise Maerker también repitió la misma insolencia, la misma incomprensión, la misma violencia de género que sugiere la línea editorial de Letras Libres en su portada. Durante el programa televisivo Tercer Grado, transmitido el lunes 20 de mayo, mientras intentaba intimidar a Sheinbaum, llegó a decir que López Obrador era una especie de Plutarco Elías Calles de Morena, demostrando que la narrativa banal y perversa de la portada de Letras Libres (que sostiene que la candidata de la 4T aún vive bajo la sombra de un caudillo) es en realidad un mito bien pensado y consensuado en la reacción más rancia y retrógrada. Mito que intentan hacer circular masivamente como un pseudoacontecimiento. Los delirios de Krauze, inventor de la figura del mesías tropical, de Maerker o de los grupos culturales y mediáticos que ellos representan, terminarán por comparar al Cadillac de Ignacio Aguirre con el Tsuru de López Obrador; así de absurdo, así de ridículo. La pregnancia del mito de estos mitómanos en el imaginario colectivo ha fracasado; en realidad, ese mito se desbarata al hacerlo pasar por el tamiz de la realidad misma, por los hechos mismos, por la fuerza de algo que siempre ignoran en el bloque conservador, y que dicho en una sola palabra podríamos referir como facticidad. Como su único referente de identidad es el de confrontar al presidente López Obrador, odiarlo de hecho, entonces tienen que igualarlo en su narrativa con los viejos caudillos de antaño, los del PRI.

El lunes 20 de mayo de este año apareció una carta pública firmada por personas que se hacen llamar intelectuales y artistas, un “manifiesto” en que llaman a votar por la candidata de la derecha, Gálvez. Los abajofirmantes, más intestinales que intelectuales, sincronizados con la concentración de los rosados del domingo 19 de mayo, celebrada en el Zócalo de la Ciudad de México, mantienen la narrativa de que hay que frenar una deriva que ellos denominan “autoritaria” y defender la democracia, que ellos dicen que se halla en peligro.

Enrique Krauze, director de la editorial Clío y de Letras Libres, miembro de la Academia Mexicana de la Historia, del Colegio Nacional y del consejo de administración de Grupo Televisa, es el personaje que mejor representa el horizonte de producción desde donde se confeccionó la hechura de la portada de Letras Libres aquí analizada. Obviamente forma parte de ese grupo de exintelectuales orgánicos, que añoran los viejos tiempos del neoliberalismo, aquellas épocas en las que sentían que desde sus editoriales, sus congresos, sus becas, sus puestos universitarios, sus publicaciones, sus producciones audiovisuales, sus medios de comunicación, podían dominar y controlar al país entero, ese era su delirio y su sueño más perseguido: ser los custodios del logocentrismo ideológico. El bloque monolítico de su ideología se traducía en un monopolio de la cultura al estilo Octavio Paz, quien creía que como escritor su deber era preservar su marginalidad frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma. Mario Benedetti, en 1972, lo explicó bien: “la mafia mexicana fue —y todavía sigue siendo— una experiencia casi única en América Latina. Octavio Paz es su dios; Carlos Fuentes, su profeta […] Tanto en sus diálogos (públicos o privados) como en sus textos, la mafia usó un lenguaje que tenía sus claves, y de alguna manera hacía cómplices a sus miembros de una actitud que llevaba implícito un menosprecio hacia las masas populares y sus reacciones primitivas o despojados silencios”.

Referencias

Roland Barthes. (2006). Mitologías. México: Siglo XXI.

Mario Benedetti. (1974). El escritor latinoamericano y la revolución posible. Buenos Aires: Alfa.

Julio Cortázar. (2009). Papeles inesperados. México: Alfaguara.

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