Querido Presidente Andrés Manuel López Obrador:
Muchos deseábamos que no llegara el momento de su retiro de la vida pública, pero nadie puede evitar el destino. Sobre aviso no hay engaño: Usted nos lo advirtió, que una vez que llegara el fin de su sexenio se alejaría de la escena política. Esa fue una de tantas lecciones que dio; contrario a lo que los adversarios y su pensamiento obtuso decían, porque usted es ante todo un demócrata. Cuántos líderes latinoamericanos en los años recientes han sucumbido ante la tentación de perpetuarse en el poder y con ello han pavimentado el camino a la degradación, tanto de sus figuras como de sus proyectos. A diferencia de ellos, usted sabe bien que la hazaña de haber llegado al poder y emprender una transformación, ambas cosas por la vía pacífica, “sin haber roto un solo vidrio”, en un país en el que durante décadas nos expropiaron, en los hechos, la democracia, implica ante todo predicar con el ejemplo: ganar por las buenas, con el apoyo popular y apelando siempre al principio democrático.
Pero no será aquí donde enliste las muchas lecciones de política que usted ha dado -y vaya que las hay-, tampoco será el lugar en el que discuta los alcances y los límites del primer sexenio de la llamada “Cuarta transformación”. Hoy sólo quiero darle las gracias por algunos hechos que para mí son altamente significativos de su paso por la presidencia de México:
Porque en un país que venía de tantas derrotas y tantos agravios, usted no se dio por vencido y nos demostró que claudicar no era opción y luego, contra viento y marea, conseguir el poder no para servirse sino para servir. Por haber impulsado la redistribución de los ingresos de modo más equitativo y en favor de los más desprotegidos, es decir, haber hecho del lema “por el bien de todos, primero los pobres” una política pública concreta de ayudas sociales universales y de aumento al salario mínimo que contribuyó a disminuir en varios millones el número de personas en situación de pobreza. Sí se pudo.
Por haber hecho todo el trabajo de conocer y entender al pueblo y a los pueblos de México. Usted se hizo presente en prácticamente todos municipios del país, habló y escuchó ahí donde nunca ningún otro presidente había puesto un pie. Desde esos rincones, le devolvió el sentido a la promesa. Fue en esta presidencia que millones constataron que su voto sirvió de algo, lo que no es poca cosa en una época en la que la política se ha vaciado de contenido y propósito. Entonces volvimos a creer después de coleccionar rosarios de mentiras a lo largo de décadas. Por primera vez, dijo mi papá, ganó el presidente por el que votamos; no nos vamos a morir sin haber tenido esa satisfacción. Y no sólo eso, sino que ese presidente cumplió su palabra.
Por las clases de historia que se impartían muchos días a la semana. Gracias por no ser un presidente ignorante, como tantos que padecimos. Por contribuir a la formación de la memoria nacional, no sólo de los acontecimientos de hace siglos, sino también del tiempo reciente y ayudarnos a constatar que, no obstante haber sido víctimas de tantos delitos –muchos de éstos todavía sin castigo- había lugar para la esperanza. Estamos siendo, junto con usted, parte de la historia.
Por ayudarnos a recuperar la dignidad y el orgullo de pertenecer a una gran nación, desde nuestras respectivas singularidades y diversidad de culturas. Por colocar en primer lugar la lucha en contra del racismo y el clasismo históricos en nuestro país a partir de recordar, mostrar y honrar nuestro pasado y comenzar a hacer justicia a los pueblos originarios, a pesar de que todavía hay grandes pendientes por resolver.
Por recordarnos la arrogancia de sentirnos libres. Fue, es y será siempre un honor estar con usted.
Le deseo que en su muy merecido retiro usted se sienta pleno y feliz. Que disfrute mucho escribiendo su libro, que esperaremos pacientes a que sea publicado. Descanse y no se olvide nunca de que lo queremos mucho.