¿Qué feminismos para qué transformación?

Columnas Plebeyas

Desde hace unos años asistimos a un momento de renovación del movimiento feminista y de mujeres. Más o menos desde 2015 las plazas se han llenado de pañuelos verdes y violetas empuñados por una pujante generación de mujeres que se reconoce como abiertamente feminista.

Han sido tiempos en los que la denuncia de la violencia de género, la demanda por la legalización del aborto y los derechos reproductivos, tanto como la exigencia de igualdad en todos los ámbitos de la vida pública y privada, han llenado pancartas y han tomado las calles o nos han convocado a la huelga general. En 2017, con el #MeToo, en el mundo se viralizaba la necesidad de hacer pública la violencia de género; mientras que en 2019 miles de mujeres de todas las latitudes cantábamos a coro: “La culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”. 

El rumbo de la creciente movilización —que en México tuvo una marcha sin precedentes el 8M de 2020— fue tajantemente detenido por la crueldad de la pandemia. No sabemos cuánto más pudimos haber crecido durante esos años; lo que sí podemos afirmar es que hoy nadie puede hacer como que no nos ve. La fuerza de esas movilizaciones y el proceso de concientización política que han producido no tienen revés. Ha sido tal la firmeza con la que se han visibilizado nuestras causas que incluso la derecha conservadora se ha pretendido sensible ante los “asuntos de las mujeres”, en un intento de apropiación hipócrita y falsario.

Esta marejada social ha implicado, por otra parte, la radicalización de nuestros discursos. Hoy por hoy, los debates de las mujeres son muy virulentos en ciertos temas, como el relacionado con la presencia de varones en espacios exclusivos de mujeres; o el relacionado con las mujeres y hombres trans; o el de la participación o no en los espacios de toma de decisiones o de representación política en el Estado. En cada caso, las posturas demuestran que, en tanto movimiento social, nuestras querellas se decantan, resuelven y enfrentan con firmeza precisamente porque emanan de la vitalidad que las propulsa. Así también se ha visibilizado cuán lejos están de la causa feminista los discursos que sólo hablan de empoderamiento femenino. Cada vez es más evidente para la mayoría de nosotras el hecho de que no nos sirve de mucho tener mujeres en puestos de representación popular o laboral que no sean abiertamente feministas y que, en consecuencia, no impulsen o creen políticas transversales de género y políticas públicas que las hagan efectivas. También queda claro que no se transforma la explotación laboral y doméstica por el hecho de que se pinte de rosa. Hemos visto cómo los entrecruzamientos de nuestras realidades son mucho más complejos y llenos de aristas de lo que la lógica del éxito individual nos ha querido narrar. Es falso el discurso comercializado que insiste en que si una asciende a la cúspide, ascendemos todas.

Por el contrario, los feminismos contemporáneos y el movimiento de mujeres han vuelto a poner en la mira de los debates de las izquierdas la necesidad de acabar con las cúspides. Esas mismas que nada tienen que ver con el mérito personal y que todo le deben a la explotación laboral, la privatización de lo público, el despojo, el racismo, la blanquitud capitalista, el sexismo, la violencia feminicida y la doble moral en torno a la sexualidad. Los feminismos permiten mirar, desde una perspectiva integral, esos complejos anudamientos como institucionalizaciones de las desigualdades sociales. 

Muchas de nosotras ya no estamos interesadas sólo en abrir brecha para las que vienen, queremos también abrirles y abrirnos caminos de utopías presentes. Aspiramos a algo más radical que golpear con nuestros cráneos los techos de cristal. Queremos acabar con el patriarcado; queremos una trasformación radical que garantice una vida libre de violencia para todes; queremos justicia social. Lo que supone ampliar la mirada y ser capaces de ver tan lejos que no tengamos que amarrarnos a nuestra biología por lo que percibimos como una derrota anticipada. Implica reconocer el imbricamiento entre patriarcado, capitalismo y racismo. Es una apuesta por otros entramados. Esa es nuestra transformación y esos son los feminismos que necesitamos. 

Compartir:
Cerrar