Breves notas acerca del Woke y sus estragos en el pensamiento

Ensayos

La corrección política puede ser una forma sutil y peligrosa de dictadura. Si en vez de autocrítica, conduce a la represión, no sólo es inútil sino también contraproducente. ¿Qué caso tiene usar el lenguaje inclusivo o reconocer los pronombres si no se sabe por qué ni para qué? ¿No es entonces palabrería sin sentido o un triste salvo-conducto para quedar bien ante los demás? Y sobre todo un despropósito, pues ese tipo de discusiones abren un debate público, nos involucran en la esfera política y en el caso del lenguaje nos llevan a pensarlo como un bien común, un patrimonio humano, pero además nos muestran algo: que la gramática crea sentido y despierta el pensamiento.

El problema consiste en reemplazar las dudas por certezas. Y en el peor de los casos, por reglas incontestables. Ese el camino más rápido para sacarlas de la reflexión y para acallar al otro. Afirmar que los derechos de las minorías importan, que las personas racializadas sufren violencias sistémicas, o que el feminismo es una práctica urgente, es aludir a luchas sociales recientes y genuinas pero que, sin preguntas de fondo, suenan a frases gastadas de una Inteligencia Artificial o a discursos de demagogia populista. Si no se llevan a las conversaciones de la vida cotidiana, no sólo están condenadas a marchitarse, sino que además su necesidad se puede poner en tela de juicio.

Eso es lo que hacen muchos supuestos “defensores de la libertad”; aprovechar el desorden, la falta de debate y un creciente enojo social ante el menosprecio de cierto sector de la academia, para desacreditar a cualquier reivindicación de la izquierda que les resulte incómoda y meterla en un saco de boxeo que golpean una y otra vez y que tiene nombre: lo woke.

En La Izquierda no es woke, Susan Neiman refiere el origen del término (que, dato archiconocido, significa “despierto”), a una canción de blues de Lead Belly que denuncia la inminente ejecución de nueve adolescentes negros por una violación que no cometieron y que, tras años de protestas dirigidas por el Partido Comunista, logró detener.

Así pues, lo que en un principio significaba “mantenerse despierto ante la injusticia, estar atento ante las señales de discriminación”, se ha desfigurado, según la caricatura que dibuja la derecha, a:

  • Censurar con quien difiera de lo políticamente correcto.
  • Condenar la meritocracia.
  • Imponer la “ideología de género” (lo que sea que esta expresión, acuñada e inventada entre los voceros “liberales” o “libertarios”, quiera decir).
  • Ofenderse con facilidad ante quien no adopte los códigos que validan luchas sociales, la inclusión y reivindicación de minorías como el lenguaje inclusivo la Teoría Crítica de la Raza.

Esta enumeración de atributos, tomada del acervo de Éric Zemmour, Juan Manuel Rallo, y Elon Musk, no se preocupa, desde luego, de entender o dialogar con los reclamos sociales que sustentan la crítica de quienes acusan de “wokes”. Sólo le importa atacar aquello que reconoce como su enemigo político y que, hasta ahora, no encontraba cómo hacer.

Sin embargo, algunos infortunios les han dado alas a estos alegatos. Una serie de lamentables sucesos, supuestamente impulsada por los estándares de la corrección política, le han hecho un daño irreparable a las izquierdas, pues no sólo da muestras de la confusión mencionada al inicio del texto (la falta de dudas y el exceso de certezas), sino que además hace gala de una arrogancia que raya en la estupidez y que, por si fuera poco, termina nutriendo la agenda del conservadurismo reaccionario. El archiconocido caso de los editores de Puffin e Inclusive Minds que modificaron el contenido de ciertas obras de Roald Dalh por considerarlo potencialmente ofensivo (palabras como “gorda”, “fea” o “loca”); o incluso el de la poeta negra Amanda Gorman, que se hizo famosa al leer su poema “The hill we climb” en la toma de posesión de Joe Biden, tras lo cual su éxito fue desbordante, pero hubo un problema con sus traducciones, pues aunque algunas ya habían sido realizadas, e incluso pagadas, tuvieron que contratar a nuevos traductores, que no fueran hombres blancos.

            La lista de ejemplos podría aumentar exponencialmente. Y cada anécdota refuerza la idea de que la corrección política es una cobertura artificial, un somnífero del pensamiento que, en vez de despertar, adormece; una tribuna que en vez de alzar la voz para denunciar la injusticia, se convierte en mordaza.

            Hasta que las sociedades con aspiraciones progresistas no encuentren el balance para medir el alcance de sus búsquedas ni el ojo auto-crítico para detectar la desmesura, esperpentos como Javier Milei o Donald Trump tendrán razones de más para seducir a las masas.

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